Aprender un idioma no consiste únicamente en aprender un código lingüístico. Aprender un idioma también es someterse a un proceso de aculturación (según el diccionario de la RAE, “Acción y efecto de aculturar o aculturarse: incorporar a un individuo o a un grupo humano elementos culturales de otro grupo”) que se puede dar en cualquier etapa de la vida.
Se han realizado muchos estudios sobre la capacidad que tiene el cerebro humano para aprender lenguas. En ellos se intenta establecer unos límites de edad a partir de los cuales aprender una lengua exige más esfuerzo y ofrece, además, resultados desiguales.
Otros estudios abordan por qué aprender lenguas puede servir para mantener la actividad intelectual en etapas de madurez vital.
Finalmente, otros tratan la conveniencia o no de exponerse en una edad temprana a varias lenguas, con las ventajas o inconvenientes que la mezcla de códigos lingüísticos comporta.
No es lo mismo aprender que adquirir
Aprender una lengua es diferente a adquirir una lengua.
Por aprendizaje se entiende el proceso formal y consciente mediante el cual se enseña y se aprende una lengua. Adquisición se refiere al proceso natural mediante el cual se adquiere la lengua materna.
Los niños que se exponen a más de una lengua desde su nacimiento suelen adquirir esas lenguas de manera natural. El contacto en su entorno familiar con personas competentes en diferentes lenguas es una vía importante. No obstante, el aprendizaje de alguna de ellas también se puede ver reforzado de manera formal en el contexto escolar.
En cambio, jóvenes, adultos y mayores aprenden de manera consciente y con unos objetivos específicos otras lenguas diferentes a la lengua materna. Por regla general, lo hacen dentro de un contexto escolar o de formación concretos, pero también pueden contar con refuerzo en su entorno familiar.
En los dos casos, el resultado es un hablante bilingüe, trilingüe o plurilingüe/políglota, en oposición al hablante de una sola lengua o monolingüe.
¿Lengua o idioma?
Observamos que ambos procesos, aprender y adquirir una lengua, se producen en un entorno social donde el niño, joven, adulto o mayor interacciona con otros seres.
En ese entorno social se distingue entre:
- La lengua, entendida como un “sistema de comunicación verbal propio de una comunidad humana” (Diccionario de la RAE);
- El idioma, que es la “lengua de un pueblo o nación, o común a varios” (Diccionario de la RAE).
Aprender otro idioma supone un proceso de aprendizaje consciente: se aprende una lengua que se usa como vehículo de comunicación entre diferentes pueblos o naciones.
En sentido estricto, el niño que aprende a hablar en su lengua materna no aprende un idioma. El niño adquiere una lengua, salvo cuando se le expone a un proceso de aprendizaje directo. Por ejemplo, pensemos en un niño que adquiere el español en casa como su lengua materna y, además, aprende el idioma español en el centro escolar como lengua de su nación. En este caso, lengua e idioma coinciden. Los procesos de adquisición y de aprendizaje confluyen.
En otras edades, la balanza se inclina al contrario. Jóvenes, adultos y mayores aprenden un idioma. Cuando eran niños adquirieron su lengua materna y ahora pueden continuar con el aprendizaje de su lengua materna entendida como idioma en un contexto de formación (centros escolares, universidad, educación para adultos). Pero también pueden aprender un idioma como segunda lengua. El inglés sería un buen ejemplo de idioma que es común a varios pueblos o naciones. El proceso de adquisición se diluye a favor del proceso de aprendizaje.
Para ambos grupos, el idioma aprendido o la lengua adquirida suele ser una lengua que se ha desarrollado sujeta a la evolución histórica del ser humano.
La lengua como producto cultural
En este punto entra en juego otro factor condicionante: la cultura.
La lengua no tiene solamente dimensiones gramaticales o léxicas, sino también dimensiones culturales, sociales y personales.
Si la lengua se entiende como un producto cultural, su aprendizaje es una forma de aculturación en la que intervienen directamente factores sociales y psicológicos.
Este modelo de aculturación aplicado al estudio del aprendizaje de lenguas desde finales de los años setenta no está exento de limitaciones.
No obstante, integra una perspectiva atenta al contexto que refuerza la disposición y la motivación de los sujetos que aprenden una lengua. Además, les dota de sensibilidad cultural, sea cual sea su edad.
El multilingüismo entendido como competencia
En consonancia con este espíritu abierto, la Unión Europea promueve el multilingüismo. Lo define como una de sus ocho competencias clave para “la realización personal, un estilo de vida saludable y sostenible, la empleabilidad, la ciudadanía activa y la inclusión social”.
En este sentido, relaciona la mejora de las competencias lingüísticas con un enfoque global del aprendizaje de idiomas. En él se aprovecha la diversidad lingüística de sus Estados miembros para promover la sensibilización lingüística en las aulas multilingües desde muy temprana edad.
El Consejo de Europa considera indisoluble la competencia plurilingüe de la competencia pluricultural. Ambas se entienden como las competencias propias del individuo, y se contraponen a la coexistencia de diversas lenguas a nivel social o individual, que queda definida por el multilingüismo.
“En la competencia cultural de una persona, las distintas culturas (nacional, regional, social) a las que ha accedido esa persona no coexisten simplemente una junto a otra. Se las compara, se las contrasta e interactúan activamente para producir una competencia pluricultural enriquecida e integrada, de la que la competencia plurilingüe es un componente”.
Deducimos, por tanto, que, cuanto mayor sea la exposición lingüística, la competencia plurilingüe mejorará. Lo mismo ocurre en el caso de la exposición cultural en relación con la competencia pluricultural.
Es en este último sentido en el que el aprendizaje de idiomas es una actividad que no solo se puede hacer a cualquier edad, sino que sus ventajas varían a lo largo de la vida: a menor edad, mayores posibilidades de integración natural de competencias lingüísticas y culturales mientras se adquiere una lengua; a mayor edad, mayores posibilidades de exposición a experiencias lingüísticas y culturales que permitan o afiancen aprender un idioma.