
Los padres sobreprotectores solo forman niños temerosos, dependientes y con escasas habilidades sociales para enfrentar el mundo y los problemas a futuro.
Muchos padres confunden la protección con la sobreprotección, que es ir más allá de cubrir las necesidades de seguridad y cuidados básicos de los niños y adolescentes. En su afán de evitar que los hijos resulten lastimados, hay padres que fomentan en los pequeños un miedo excesivo y la idea de que su entorno es peligroso. Suelen generar mensajes del tipo: “tú no puedes”, “sin mí no puedes” o “solo no lo haces”. Esto solo provocará que un niño se perciba así mismo como inútil e incapaz. La clave está en prepararlo para la vida, no en protegerlo de ella.
Un niño sobreprotegido no podrá enfrentar adecuadamente situaciones negativas. Esto se debe a que conllevan precisamente emociones negativas, las cuales ejercen una poderosa influencia sobre la percepción. Ello significa que mientras experimentamos emociones negativas podemos sentir que no podemos afrontarlas y es difícil lograr que se vaya esta emoción. Esto forja, en gran medida, a un niño temeroso, dependiente, con poca tolerancia a la frustración y con pocas habilidades sociales desarrolladas.
Por el contrario, los padres deben aprovechar determinados momentos para reforzar la seguridad de sus hijos. Por ejemplo, en vez de asustarlo con que no entre a la piscina porque se puede ahogar enséñale a nadar. También se debe motivar a que los hijos tomen sus propias decisiones. Esto le permitirá encontrar sus propias soluciones y opciones.

Además se le debe dar tareas puesto que la responsabilidad construye la personalidad a temprana edad. Asimismo, los padres deben trabajar en descubrir las fortalezas de sus hijos. Cuando un niño tiene claro que es bueno en algo, gana en seguridad y resistencia emocional, lo que le ayudará a recuperarse en los tiempos difíciles.
La resistencia emocional se enseña en la familia a través de un conjunto de actitudes, explica la psicóloga Mirtha Orrillo. Aquí entran a tallar consejos para el manejo del estrés y el desarrollo de habilidades para solucionar problemas. Se les explica también el valor de la perseverancia, el aprendizaje de las experiencias vividas para no cometer los mismos errores y el optimismo. “Estas características fortalecen en el niño la perseverancia a largo plazo, frente a aquellos que renuncian ante cualquier obstáculo”, finaliza Orrillo.

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